martes, 10 de octubre de 2017

Capítulo Provincial de los Siervos de la Caridad

#cp16cruzdelsur
Miercoles 11 de octubre.

Misa presidida por P. Alfonso Martín, provincial de N. S. de Guadalupe.
Jornada de trabajo y discernimiento en grupos sobre las realidades de la Provincia.
Presentación del P. Nelson Jerez estado financiero de nuestra provincia.






#cp16cruzdelsur
Martes 10 de octubre


El día Martes 10 de octubre... se  tuvo  la presencia de Monseñor Ernesto Giobando, obispo auxiliar de Buenos Aires, animando la reflexión  y el Padre Carlos Blanchoud, presenta el informe provincial de su gestión.




#cp16cruzdelsur
Lunes 9 de octubre.

En la Comunidad de Tapiales . Buenos Aires, se ha dado inicio al 16 Capítulo Provincial de los Siervos de la Caridad - Provincia Cruz del Sur.
Bajo el lema : "Carisma - interculturalidad y profecía", los religiosos capitulares reflexionaran y discernirán a la luz de la realidad y el carisma su caminar provincial.
Desde Ecos Guanellianos les animamos en su tarea y experiencia y acompañamos como familia guanelliana en la oración por los frutos de dicho evento.

Se inició el Capítulo con las Vísperas solemnes y la bendición del Santítisimo. Se recibió el saludo de parte de las Hermanas Hijas de Santa María de la Providencia y del P. Ciro, Consejero General, responsable de la animación carismática para  Ibero américa.
También durante la jornada recibimos de los saludos de los provinciales de Santa Cruz y Ntra. Sra. de Guadalupe.








lunes, 2 de octubre de 2017

Papa Francisco a los religiosos y clero en Bolonia.

“Si una congregación pierde sus haberes, yo digo «Gracias, Dios»” El Papa con el clero de Bolonia: «La vida consagrada comienza a corromperse por la falta de pobreza». 

No a los curas «solterones» y carreristas, «una peste». Estaba también presente Bettazzi .





 AP El Papa en San Pedro, en Bolonia PUBBLICATO IL 01/10/2017 ULTIMA MODIFICA IL 01/10/2017 ALLE ORE 17:03

DOMENICO AGASSO JR.

ENVIADO A BOLONIA

 «La vida consagrada comienza a corromperse por la falta de pobreza». El Papa Francisco lo afirmó en la catedral boloñesa de San Pedro, al reunirse, en este intenso día de visita a la capital de Emilia Romaña, con los sacerdotes, religiosos, seminaristas y diáconos locales. «Si una congregación pierde sus haberes, yo digo: “Gracias, Señor”». También estaba presente monseñor Bettazzi, testigo histórico del Concilio Vaticano II, obispo emérito de Ivrea, pero boloñés por vía materna; fue ordenado sacerdote en la ciudad de Bolnia y ha vuelto a vivir allí en los últimos años. Francisco y Bettazzi bromearon juntos por algunos instantes antes de que comenzara el discurso papal. Y el arzobispo de Bolonia, monseñor Matteo Maria Zuppi, lo citó en su saludo a Francisco. El Papa dijo que «es un consuelo estar con los que sacan adelante el apostolado de la Iglesia; los religiosos tratan de dar testimonio de anti-mundanidad». El Pontífice escuchó dos preguntas: una sobre la fraternidad entre los sacerdotes y otra sobre la «psicología de la supervivencia». El Papa tomó apuntes mientras escuchaba y después respondió libremente. Francisco afirmó: «A veces, bromeando entre religiosos diocesanos y no, los religiosos dicen: “Yo soy de la orden que fundó el santo tal...”, pero –se preguntó el Papa–, ¿cuál es el centro de la espiritualidad del presbítero? La diocesanidad». Ser presbíteros es «una experiencia de pertenencia, se pertenece a un cuerpo que es la diocesanidad». Esto «significa que tú», sacerdote, religioso, «no eres un libre», no hay figuras de «libre», como en el fútbol. En cambio, «eres un hombre que pertenece a un cuerpo, que es la diocesanidad, el cuerpo presbiterial». Todo ello «lo olvidamos muchas veces, convirtiéndonos en individuos, demasiado solos, con el peligro de volvernos infecundos o de que nos surja algún nerviosismo, por no decir que nos volvemos un poco neuróticos, un poco solterones». Un sacerdote «solo que no tiene relación con el cuerpo presbiterial... mah...», dijo con amargura. Entonces es importante «hacer que crezca el sentido de la diocesanidad, que también tiene una dimensión de sinodalidad con el obispo». El cuerpo diocesano «tiene una fuerza especial, debe salir adelante siempre con la transparencia, la virtud de la transpaerncia, la valentía de hablar, de decir todo». Y también con «la valentía de la paciencia, de soportar a los demás. Es necesario». Sobre la valentía de hablar claro y sobre la opuesta comodidad de no exponerse, el Papa contó una anécdota: «Me acuerdo de cuando era estudiante de Filosofía, y un viejo jesuita muy listo me decía: “Si quieres sobrevivir en la vida religiosa, piensa claro, pero habla oscuro”». Francisco observó que es «triste cuando un pastor no tiene horizonte del pueblo de Dios, no sabe qué hacer»; y es «muy triste cuando las iglesias permanecen cerradas, cuando se ve un aviso en la puerta: “Abierto de tal a tal hora”, por el resto del tiempo no hay nadie, las confesiones solo a pocas horas. Pero esta no es una oficina, es el lugar al que se viene a honrar al Señor, y si el fiel encuentra la puerta cerrada, ¿qué puede hacer?». Y después se refirió a «las iglesias de las calles transitadas, que permanecen cerradas: algún párroco alguna vez pensó en abrirlas, siempre con un confesor disponible: y el confesor no acababa nunca de confesar», por toda la gente que llegaba, porque «la puerta siempre está abierta» y la luz del confesionario siempre está encendida. Después, el obispo de Roma habló de «dos vicios que están por todas partes». Uno es «pensar el servicio presbiterial como una carrera eclesiástica». Francisco se refirió a los «trepadores»: esos siempre son una «peste, no presbiterio. Los “trepadores”, que siempre tienen las uñas sucias, porque siempre quieren ir para arriba. Un trepador es capaz de crear muchas discordias dentro del cuerpo presbiterial; piensa en la carrera: “Ahora me dan esta parroquia, luego me van a dar una más grande”, y si el obispo no le da una lo bastante importante, se enoja: “A mí me toca...”. ¡A ti no te toca nada!», exclamó. Después añadió: «Los trepadores hacen mucho daño, porque están en la comunidad pero solo piensan en salir adelante ellos». El otro vicio: «El chismorreo: se dice “¿Ya viste?”, y así la fama del hermano sacerdote acaba manchada, se arruina. “Gracias a Dios que no soy como aquel”, esta es la música del chismorreo». El carrerismo y el chismorreo son dos vicios del «clericalismo». En cambio, un pastor está llamado a una «buena relación con el pueblo de Dios, frente al que debe estar para indicarle el camino»; debe estar «en medio» de él «para ayudar» sobre todo «en las obras de caridad; y detrás para ver cómo va». Creer en la «“psicología de la superviviencia” –prosiguió– significa esperar la carroza fúnebre, que lleva a nuestro instituto» a la clausura. Creer en la psicología de la supervivencia conduce «al cementerio». Se trata de «pesimismo, y no es de hombres y mujeres de fe, no es actitud evangélica, sino de derrota». Y mientras «esperamos la carroza, nos las arreglamos como podemos, y tomamos dinero para estar al seguro. Esto lleva a la falta de pobreza». La psicología de la supervivencia es «buscar la seguridad en el dinero; se razona, se escucha a veces: “En nuestro instituto somos viejas y no hay vocaciones, pero tenemos bienes para asegurarnos el final”, este es el camino más adecuado para llevarnos a la muerte». La seguridad «en la vida consagrada no la da la abundancia del dinero, sino que proviene de otra parte», de Dios. Algunas congregaciones «que disminuyen mientras sus bienes crecen, con religiosos apegados al dinero como seguridad: he aquí la psicología de la supervivencia». El problema no está tanto «la castidad o la obediencia, sino en la pobreza. La vida consagrada comienza a corromperse por la falta de pobreza». San Ignacio de Loyola «llamaba a la pobreza madre y muro en la vida religiosa: madre que genera y muro que defiende de la mundanidad». Sin esta actitud que busca la pobreza y el desinterés, no se «apuesta por la esperanza divina». El dinero «es la ruina de la vida consagrada». Pero Dios es bueno, «porque cuando una congregación comienza a hacer dinero, manda a un ecónomo que destruye todo». Reveló el Papa sonriendo: «Cuando escucho que una congregación pierde sus haberes, yo digo “Gracias, Señor”». El Papa exhortó a un «examen de conciencia sobre la pobreza, tanto personal como del instituto». Sobre la falta de vocaciones, hay que «preguntarle al Señor: “¿Qué pasa en mi instituto? ¿Por qué falta esa fecundidad? ¿Por qué los jóvenes no sienten entusiasmo por el carisma de mi instituto? ¿Por qué ha perdido la capacidad de llamar?». Según Francisco, el «corazón» del problema es «la pobreza». Y concluyó animándolos a todos: «la vida consagrada es una bofetada a la mundanidad espiritual. Sigan adelante». 


 Fuente: http://www.lastampa.it/2017/10/01/vaticaninsider/es/vaticano/si-una-congregacin-pierde-sus-haberes-yo-digo-gracias-dios-gMQaAByRMBmNWarONIOSQK/pagina.html

Nuevo número de Ecos Guanellianos.


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sábado, 1 de julio de 2017

Renovación de Votos de los Siervos de la Caridad

El 29 de junio de 2017, en la Ciudad de Caaguazú, en la Parroquia San Francisco de Asís, los cohermanos Luis Ovelar y Edelberto Garcete, realizaron la renovación de sus votos religiosos de castidad, pobreza y obediencia.
Fueron acompañados por los cohermanos, cohermanas y laicos de la comunidad parroquial y una hermosa presencia de jóvenes de dicha parroquia.
Damos gracias a Dios por el testimonio de entrega de estos dos jóvenes. Les acompañamos con la oración, y la cercanía nuestra



jueves, 29 de junio de 2017

PARA EL  XX CAPÍTULO GENERAL

De los Siervos de la Caridad 

Oración 


Señor Jesús, Tú que nos has llamado a seguirtecomo religiosos, Siervos de la Caridad,envía tu Espíritu para iluminar nuestra mentey enardecer nuestros corazonesen este tiiempo de preparación a Nuestro Capítulo General.(O bien: durante Nuestro Capítulo General)Renueva en nosotros la alegría de vivir tu  Evangelio y vivifica en nosotros el carima que nos has regaladopor medio de nuestro Fundador, San Luis Guanella.Haz que este tiempo de gracia sea para todos nosotrosmotivo de renovación espiritualfortaleciendo en nosotros el vínculo de caridad,que nos hace gozar de la belleza del amor fraternal,para saber entender y apreciar las diferentes culturasen las  que la Congregación lleva a cabosu misión de caridad.Danos la fuerza para ser, en nuestro mundo,profetas de comunión y servidores de los pobresque tu bondad ha confiado a nuestro cuidado.Te lo pedimos por intercesiónde María, Madre de la Divina Providencia y de nuestro santo Fundador. Amén

Acompañemos a los Siervos de la Caridad, con nuestra oración diaria en su preparación a los Capítulos Provinciales que se celebran en vista del XX Capítulo General.



Profesión Perpetua y Diaconado Ordenaciones en Bogotá

Profesión Perpetua y Diaconado Ordenaciones en Bogotá

El 24 de junio, en la Parroquia Nuestra Señora de las Lajas, en Bogotá, Arlindo Brítez (Paraguay), Francesco Bernardone Qué dos Santos y Tiago da Silva (Brasil) hizo su profesión religiosa a perpetuidad. Entre los presentes además de los formadores del Seminario Teológico de Bogotá, había Don Ciro Attanasio, el abogado general; Rev. José H. Alfonso Martínez, Provincial de Guadalupe; Carlos P. Blanchoud, Provincial de la Provincia Cruz del Sur y P. Mauro Vogt, Provincial de la Provincia de Santa Cruz. Al día siguiente, en la misma parroquia recibió la 'ordenación al diaconado para la oración y la imposición de manos de Mons. Luis Manuel Ali Herrera.
Nuestra familia guaneliana les da la bienvenida y le da los mejores deseos de santidad y servicio!

   

    
Fuente: http://www.operadonguanella.it/news/584-nuove-professioni-a-bogota 

Desde Ecos Guanellianos les deseamos muchas felicidades a los tres religiosos perpetuos y neo diáconos, les ofrecemos el recuerdo de nuestra oración. Saludamos de manera especial desde esta tierra guaraní al Diácono Arlindo, que la Virgencita de Caacupé, custodie tu caminar de consagrado.

I JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
I JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES
Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario
19 de noviembre de 2017
No amemos de palabra sino con obras

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1. «Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras» (1 Jn 3,18). Estas palabras del apóstol Juan expresan un imperativo que ningún cristiano puede ignorar. La seriedad con la que el «discípulo amado» ha transmitido hasta nuestros días el mandamiento de Jesús se hace más intensa debido al contraste que percibe entre las palabras vacías presentes a menudo en nuestros labios y los hechos concretos con los que tenemos que enfrentarnos. El amor no admite excusas: el que quiere amar como Jesús amó, ha de hacer suyo su ejemplo; especialmente cuando se trata de amar a los pobres. Por otro lado, el modo de amar del Hijo de Dios lo conocemos bien, y Juan lo recuerda con claridad. Se basa en dos pilares: Dios nos amó primero (cf. 1 Jn 4,10.19); y nos amó dando todo, incluso su propia vida (cf. 1 Jn 3,16).
Un amor así no puede quedar sin respuesta. Aunque se dio de manera unilateral, es decir, sin pedir nada a cambio, sin embargo inflama de tal manera el corazón que cualquier persona se siente impulsada a corresponder, a pesar de sus limitaciones y pecados. Y esto es posible en la medida en que acogemos en nuestro corazón la gracia de Dios, su caridad misericordiosa, de tal manera que mueva nuestra voluntad e incluso nuestros afectos a amar a Dios mismo y al prójimo. Así, la misericordia que, por así decirlo, brota del corazón de la Trinidad puede llegar a mover nuestras vidas y generar compasión y obras de misericordia en favor de nuestros hermanos y hermanas que se encuentran necesitados.

2. «Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha» (Sal 34,7). La Iglesia desde siempre ha comprendido la importancia de esa invocación. Está muy atestiguada ya desde las primeras páginas de los Hechos de los Apóstoles, donde Pedro pide que se elijan a siete hombres «llenos de espíritu y de sabiduría» (6,3) para que se encarguen de la asistencia a los pobres. Este es sin duda uno de los primeros signos con los que la comunidad cristiana se presentó en la escena del mundo: el servicio a los más pobres. Esto fue posible porque comprendió que la vida de los discípulos de Jesús se tenía que manifestar en una fraternidad y solidaridad que correspondiese a la enseñanza principal del Maestro, que proclamó a los pobres como bienaventurados y herederos del Reino de los cielos (cf. Mt 5,3).
«Vendían posesiones y bienes y los repartían entre todos, según la necesidad de cada uno» (Hch 2,45). Estas palabras muestran claramente la profunda preocupación de los primeros cristianos. El evangelista Lucas, el autor sagrado que más espacio ha dedicado a la misericordia, describe sin retórica la comunión de bienes en la primera comunidad. Con ello desea dirigirse a los creyentes de cualquier generación, y por lo tanto también a nosotros, para sostenernos en el testimonio y animarnos a actuar en favor de los más necesitados. El apóstol Santiago manifiesta esta misma enseñanza en su carta con igual convicción, utilizando palabras fuertes e incisivas: «Queridos hermanos, escuchad: ¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres del mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino, que prometió a los que le aman? Vosotros, en cambio, habéis afrentado al pobre. Y sin embargo, ¿no son los ricos los que os tratan con despotismo y los que os arrastran a los tribunales? [...] ¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Es que esa fe lo podrá salvar? Supongamos que un hermano o una hermana andan sin ropa y faltos del alimento diario, y que uno de vosotros les dice: “Dios os ampare; abrigaos y llenaos el estómago”, y no les dais lo necesario para el cuerpo; ¿de qué sirve? Esto pasa con la fe: si no tiene obras, por sí sola está muerta» (2,5-6.14-17).

3. Ha habido ocasiones, sin embargo, en que los cristianos no han escuchado completamente este llamamiento, dejándose contaminar por la mentalidad mundana. Pero el Espíritu Santo no ha dejado de exhortarlos a fijar la mirada en lo esencial. Ha suscitado, en efecto, hombres y mujeres que de muchas maneras han dado su vida en servicio de los pobres. Cuántas páginas de la historia, en estos dos mil años, han sido escritas por cristianos que con toda sencillez y humildad, y con el generoso ingenio de la caridad, han servido a sus hermanos más pobres.
Entre ellos destaca el ejemplo de Francisco de Asís, al que han seguido muchos santos a lo largo de los siglos. Él no se conformó con abrazar y dar limosna a los leprosos, sino que decidió ir a Gubbio para estar con ellos. Él mismo vio en ese encuentro el punto de inflexión de su conversión: «Cuando vivía en el pecado me parecía algo muy amargo ver a los leprosos, y el mismo Señor me condujo entre ellos, y los traté con misericordia. Y alejándome de ellos, lo que me parecía amargo se me convirtió en dulzura del alma y del cuerpo» (Test 1-3; FF 110). Este testimonio muestra el poder transformador de la caridad y el estilo de vida de los cristianos.
No pensemos sólo en los pobres como los destinatarios de una buena obra de voluntariado para hacer una vez a la semana, y menos aún de gestos improvisados de buena voluntad para tranquilizar la conciencia. Estas experiencias, aunque son válidas y útiles para sensibilizarnos acerca de las necesidades de muchos hermanos y de las injusticias que a menudo las provocan, deberían introducirnos a un verdadero encuentro con los pobres y dar lugar a un compartir que se convierta en un estilo de vida. En efecto, la oración, el camino del discipulado y la conversión encuentran en la caridad, que se transforma en compartir, la prueba de su autenticidad evangélica. Y esta forma de vida produce alegría y serenidad espiritual, porque se toca con la mano la carne de Cristo. Si realmente queremos encontrar a Cristo, es necesario que toquemos su cuerpo en el cuerpo llagado de los pobres, como confirmación de la comunión sacramental recibida en la Eucaristía. El Cuerpo de Cristo, partido en la sagrada liturgia, se deja encontrar por la caridad compartida en los rostros y en las personas de los hermanos y hermanas más débiles. Son siempre actuales las palabras del santo Obispo Crisóstomo: «Si queréis honrar el cuerpo de Cristo, no lo despreciéis cuando está desnudo; no honréis al Cristo eucarístico con ornamentos de seda, mientras que fuera del templo descuidáis a ese otro Cristo que sufre por frío y desnudez» (Hom. in Matthaeum, 50,3: PG 58).
Estamos llamados, por lo tanto, a tender la mano a los pobres, a encontrarlos, a mirarlos a los ojos, a abrazarlos, para hacerles sentir el calor del amor que rompe el círculo de soledad. Su mano extendida hacia nosotros es también una llamada a salir de nuestras certezas y comodidades, y a reconocer el valor que tiene la pobreza en sí misma.

4. No olvidemos que para los discípulos de Cristo, la pobreza es ante todo vocación para seguir a Jesús pobre. Es un caminar detrás de él y con él, un camino que lleva a la felicidad del reino de los cielos (cf. Mt 5,3; Lc 6,20). La pobreza significa un corazón humilde que sabe aceptar la propia condición de criatura limitada y pecadora para superar la tentación de omnipotencia, que nos engaña haciendo que nos creamos inmortales. La pobreza es una actitud del corazón que nos impide considerar el dinero, la carrera, el lujo como objetivo de vida y condición para la felicidad. Es la pobreza, más bien, la que crea las condiciones para que nos hagamos cargo libremente de nuestras responsabilidades personales y sociales, a pesar de nuestras limitaciones, confiando en la cercanía de Dios y sostenidos por su gracia. La pobreza, así entendida, es la medida que permite valorar el uso adecuado de los bienes materiales, y también vivir los vínculos y los afectos de modo generoso y desprendido (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 25-45).
Sigamos, pues, el ejemplo de san Francisco, testigo de la auténtica pobreza. Él, precisamente porque mantuvo los ojos fijos en Cristo, fue capaz de reconocerlo y servirlo en los pobres. Si deseamos ofrecer nuestra aportación efectiva al cambio de la historia, generando un desarrollo real, es necesario que escuchemos el grito de los pobres y nos comprometamos a sacarlos de su situación de marginación. Al mismo tiempo, a los pobres que viven en nuestras ciudades y en nuestras comunidades les recuerdo que no pierdan el sentido de la pobreza evangélica que llevan impresa en su vida.

5. Conocemos la gran dificultad que surge en el mundo contemporáneo para identificar de forma clara la pobreza. Sin embargo, nos desafía todos los días con sus muchas caras marcadas por el dolor, la marginación, la opresión, la violencia, la tortura y el encarcelamiento, la guerra, la privación de la libertad y de la dignidad, por la ignorancia y el analfabetismo, por la emergencia sanitaria y la falta de trabajo, el tráfico de personas y la esclavitud, el exilio y la miseria, y por la migración forzada. La pobreza tiene el rostro de mujeres, hombres y niños explotados por viles intereses, pisoteados por la lógica perversa del poder y el dinero. Qué lista inacabable y cruel nos resulta cuando consideramos la pobreza como fruto de la injusticia social, la miseria moral, la codicia de unos pocos y la indiferencia generalizada.
Hoy en día, desafortunadamente, mientras emerge cada vez más la riqueza descarada que se acumula en las manos de unos pocos privilegiados, con frecuencia acompañada de la ilegalidad y la explotación ofensiva de la dignidad humana, escandaliza la propagación de la pobreza en grandes sectores de la sociedad entera. Ante este escenario, no se puede permanecer inactivos, ni tampoco resignados. A la pobreza que inhibe el espíritu de iniciativa de muchos jóvenes, impidiéndoles encontrar un trabajo; a la pobreza que adormece el sentido de responsabilidad e induce a preferir la delegación y la búsqueda de favoritismos; a la pobreza que envenena las fuentes de la participación y reduce los espacios de la profesionalidad, humillando de este modo el mérito de quien trabaja y produce; a todo esto se debe responder con una nueva visión de la vida y de la sociedad.
Todos estos pobres —como solía decir el beato Pablo VI— pertenecen a la Iglesia por «derecho evangélico» (Discurso en la apertura de la segunda sesión del Concilio Ecuménico Vaticano II, 29 septiembre 1963) y obligan a la opción fundamental por ellos. Benditas las manos que se abren para acoger a los pobres y ayudarlos: son manos que traen esperanza. Benditas las manos que vencen las barreras de la cultura, la religión y la nacionalidad derramando el aceite del consuelo en las llagas de la humanidad. Benditas las manos que se abren sin pedir nada a cambio, sin «peros» ni «condiciones»: son manos que hacen descender sobre los hermanos la bendición de Dios.

6. Al final del Jubileo de la Misericordia quise ofrecer a la Iglesia la Jornada Mundial de los Pobres, para que en todo el mundo las comunidades cristianas se conviertan cada vez más y mejor en signo concreto del amor de Cristo por los últimos y los más necesitados. Quisiera que, a las demás Jornadas mundiales establecidas por mis predecesores, que son ya una tradición en la vida de nuestras comunidades, se añada esta, que aporta un elemento delicadamente evangélico y que completa a todas en su conjunto, es decir, la predilección de Jesús por los pobres.
Invito a toda la Iglesia y a los hombres y mujeres de buena voluntad a mantener, en esta jornada, la mirada fija en quienes tienden sus manos clamando ayuda y pidiendo nuestra solidaridad. Son nuestros hermanos y hermanas, creados y amados por el Padre celestial. Esta Jornada tiene como objetivo, en primer lugar, estimular a los creyentes para que reaccionen ante la cultura del descarte y del derroche, haciendo suya la cultura del encuentro. Al mismo tiempo, la invitación está dirigida a todos, independientemente de su confesión religiosa, para que se dispongan a compartir con los pobres a través de cualquier acción de solidaridad, como signo concreto de fraternidad. Dios creó el cielo y la tierra para todos; son los hombres, por desgracia, quienes han levantado fronteras, muros y vallas, traicionando el don original destinado a la humanidad sin exclusión alguna.

7. Es mi deseo que las comunidades cristianas, en la semana anterior a la Jornada Mundial de los Pobres, que este año será el 19 de noviembre, Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario, se comprometan a organizar diversos momentos de encuentro y de amistad, de solidaridad y de ayuda concreta. Podrán invitar a los pobres y a los voluntarios a participar juntos en la Eucaristía de ese domingo, de tal modo que se manifieste con más autenticidad la celebración de la Solemnidad de Cristo Rey del universo, el domingo siguiente. De hecho, la realeza de Cristo emerge con todo su significado más genuino en el Gólgota, cuando el Inocente clavado en la cruz, pobre, desnudo y privado de todo, encarna y revela la plenitud del amor de Dios. Su completo abandono al Padre expresa su pobreza total, a la vez que hace evidente el poder de este Amor, que lo resucita a nueva vida el día de Pascua.
En ese domingo, si en nuestro vecindario viven pobres que solicitan protección y ayuda, acerquémonos a ellos: será el momento propicio para encontrar al Dios que buscamos. De acuerdo con la enseñanza de la Escritura (cf. Gn 18, 3-5; Hb 13,2), sentémoslos a nuestra mesa como invitados de honor; podrán ser maestros que nos ayuden a vivir la fe de manera más coherente. Con su confianza y disposición a dejarse ayudar, nos muestran de modo sobrio, y con frecuencia alegre, lo importante que es vivir con lo esencial y abandonarse a la providencia del Padre.

8. El fundamento de las diversas iniciativas concretas que se llevarán a cabo durante esta Jornada será siempre la oración. No hay que olvidar que el Padre nuestro es la oración de los pobres. La petición del pan expresa la confianza en Dios sobre las necesidades básicas de nuestra vida. Todo lo que Jesús nos enseñó con esta oración manifiesta y recoge el grito de quien sufre a causa de la precariedad de la existencia y de la falta de lo necesario. A los discípulos que pedían a Jesús que les enseñara a orar, él les respondió con las palabras de los pobres que recurren al único Padre en el que todos se reconocen como hermanos. El Padre nuestro es una oración que se dice en plural: el pan que se pide es «nuestro», y esto implica comunión, preocupación y responsabilidad común. En esta oración todos reconocemos la necesidad de superar cualquier forma de egoísmo para entrar en la alegría de la mutua aceptación.

9. Pido a los hermanos obispos, a los sacerdotes, a los diáconos —que tienen por vocación la misión de ayudar a los pobres—, a las personas consagradas, a las asociaciones, a los movimientos y al amplio mundo del voluntariado que se comprometan para que con esta Jornada Mundial de los Pobres se establezca una tradición que sea una contribución concreta a la evangelización en el mundo contemporáneo.
Que esta nueva Jornada Mundial se convierta para nuestra conciencia creyente en un fuerte llamamiento, de modo que estemos cada vez más convencidos de que compartir con los pobres nos permite entender el Evangelio en su verdad más profunda. Los pobres no son un problema, sino un recurso al cual acudir para acoger y vivir la esencia del Evangelio.

Vaticano, 13 de junio de 2017
Memoria de San Antonio de Padua

Francisco


Fuente: https://w2.vatican.va/content/francesco/es/messages/poveri/documents/papa-francesco_20170613_messaggio-i-giornatamondiale-poveri-2017.html